
Podemos llevarnos toda la vida invirtiendo en Apuestas del Estado y no ganar ni un mísero maravedí. En cambio, podemos tropezar por casualidad con un boleto... y que nos toque el premio gordo.
Y eso fue lo que le sucedió a este afortunado Hombre Caracol, cuando en su vagabundeo se topó con esta joven e inmaculada Mujer Ancha en un páramo desierto justo cuando ella alcanzaba el clímax de sus treinta y cinco minutos anuales de estado de celo. El hecho de que ella fuese virgen no hizo sino acentuar el deseo irrefrenable del Hombre Caracol por trepanar la vagina de nuestra dulce damisela.
Tan apasionados fueron los ímpetus de los amantes, que al cabo de pocos minutos ambos quedaron impregnados de una pegajosa salsa de flujo, sangre, esperma, y grumos de hímen licuado.